Desde que el Primero llegó al mundo, tengo la impresión de que el entorno tiende a comparar a los niños y muchos padres lo hacen con intención de demostrar al resto que su hijo es el mejor.

Lo que nunca antes había pensado, se convirtió en algo cotidiano. Por ejemplo, en la sala de espera del pediatra los padres comparaban el desarrollo de los niños entre sí: ¿Tu bebé de ya se da la vuelta?, ¿Cuándo aprendió a caminar?, ¿Cuándo exactamente pronunció la primera palabra?… y siempre había quien, con una media sonrisa maléfica, decía lo de «el mio lo hizo antes».

No me malinterpretes, es agradable e interesante ver lo que otros niños de una edad similar a los nuestros pueden hacer. A mi me gustaba saberlo por verdadero interés y curiosidad, para conocer cual sería, probablemente, el siguiente aprendizaje de mi hijo.

Me sorprendió que el hijo de mi vecina, rápidamente usase una talla más que mi hijo cuando era un mes más pequeño. Pero a diferencia de otros padres, es nunca me importó, porque cada niño es único. Cada niño se desarrolla de acuerdo a su propio plan de construcción: unos aprenden a hablar más temprano y otros más tarde, algunos bebés gatean a los seis meses, otros a los nueve y otros no gatean nunca. Y el marido de mi vecina media un metro ochenta mientras nosotros no somos tan altos.

¿Comparar tablas y curvas?

Nunca me han gustado las tablas y curvas de crecimiento. Con el Primero, los percentiles me dieron mucho dolor de cabeza. Cada visita al pediatra era angustiosa: ¿habrá engordado lo suficiente?, ¿estará todo bien?… El Primero siempre fue muy delgadito, y la pediatra me machacaba mucho con el tema del peso a pesar de ser un niño sano. Le recetaba jarabes para el apetito (que no servían de nada), me proponía métodos como retirarle el plato a los X minutos y volvérselo a poner para merendar sin dejarle comer nada más, horrible…

Pero rápidamente descubrí que esta comparación permanente es simplemente estresante. En lugar de disfrutar del tiempo juntos, presté especial atención a si todo estaba de acuerdo con las reglas. Pasaba tiempo preparando bolsitas para congelar las raciones con las que luego le haría el puré, asegurándome que contenían los gramos exactos de cada alimento según me había indicado la pediatra.

Después de un tiempo, alguien me recomendó leer a Carlos González y mi manera de entender la alimentación del niño cambió por completo. Me relajé, dejé de pesar raciones y de insistir para que el niño abriese la boca, comencé a disfrutar del momento de las comidas y de mi hijo. Y te diré que ese niño que «no comía», hoy con casi 11 años devora, come de tal forma que me estoy planteando ponerle un candado a la nevera!

El tercero, con un año y medio estaba muy ansioso por hablar (tiene a quien parecerse) y, ya con dos y medio, por lo general nos habla en oraciones completas y comprensibles. Esto irrita a muchas personas. Hay quien nos felicita pero ponen la puntilla de que sus hijos lo hicieron antes. Otros padres nos miran sorprendidos y por lo general, quieren saber cómo lo hicimos. ¡No hemos hecho nada! A mi hijo le gusta hablar y tiene el estímulo de dos hermanos mayores, por lo que no es nada que alagar, simplemente es se ha dado por su situación particular.

Reacciones extrañas de otros padres

Algo que me molesta mucho, y seguro que te ha ocurrido, es la reacción de algunos padres cuando alguno de mis hijos ha hecho algo antes que el suyo.  Enseguida te enumeran todas habilidades que el otro niño tiene comparadas con los míos. Esto no es una competición. Nuestros hijos son geniales tal como son. Qué uno domine algo primero no tiene ninguna importancia, porque al final todos los niños pequeños serán capaces de hacer grandes cosas: saltar y bailar, hablar y colorear con precisión… Me gustaría que otros padres se sintieran más relajados cuando hablan de lo que sus hijos pueden y no pueden hacer. Pero amiga, esto no termina aquí, la cosa se pone peor cuando comienzan el colegio y si encima, lo comentas con alguien que lleva a su hijo a otro colegio, por lo general, su colegio suele ser mejor.