Estoy sentada en la sala de espera hojeando una revista familiar y los titulares me llaman la atención: «Cómo enseñar a tu hijo a dormir», «Cómo evitar que tu hijo sea un tirano», «Qué palabras debe saber tu hijo de 2 años».

Leo en un foro de mamás: «Dejar que un niño se levante de la mesa es equivalente a una educación antiautoritaria», «Yo compré un detector para controlar la respiración del bebé», Y me pregunto: ¿De verdad tengo que comprar una detector para la respiración?.

Pienso en los expertos de la televisión que quieren explicarme algo sobre la educación correcta: «Así es como debes gestionar las rabietas», «Así es como tu hijo duerme sano y seguro».

Todos en el mundo parece saber más de mí y de mis hijos que yo misma.

Mi antiguo yo, digamos el de hace 10 años, estaba exactamente en esta espiral agotadora: «¿Lo estoy haciendo bien?» Constantemente pensaba en cómo podría ser mejor y de qué manera lo tenía que hacer para que, cuando mi hijo crezca, se convierta en una persona segura de sí misma, honrada, curiosa y abierta.

Admito que al principio, cuando nació el mayor, sentí una sobrecarga. Una sobrecarga basada en mi repentino «poder sobre un niño» y la inseguridad y responsabilidad que venía con él. ¿Y qué hace una mamá cuando está insegura? Bueno, entonces busqué en Google, leí guías y revistas, vi programas, pregunté, etc. Pero lo que rara vez hacía era confiar en mis propios sentimientos y saber instintivamente cuál sería la decisión correcta para mi hijo y para mí.

Una cosa estaba clara: esta presión hecha por mí misma y la continua inseguridad de preguntarme qué hacer y cómo educar adecuadamente, no podía ser buena ni para mí ni para mi hijo. Luego llegó este punto de inflexión, que me despertó y me hizo recapacitar y que probablemente me dio el empujón para replantearme.

El mayor fue uno de esos bebés de buen dormir, comenzó a dormir la noche entera antes de los tres meses. Pero sobre los 8-9 meses, hubo un tiempo en que el niño no quería dormir, realmente lo que no quería era dormir solo. Estábamos desesperados, ya que por aquel entonces,se decía que un bebé tenía que dormir en un saco de dormir en su propia cuna y, a ser posible, en su habitación.

En ese momento el problema del sueño se volvió muy importante para nosotros y no encontrábamos ninguna solución que nos convenciera y le diera al niño la seguridad necesaria. Meter al niño en nuestra cama no era una opción porqué había leído que sin querer podías taparle la cabeza y asfixiarlo y no íbamos a correr ese riesgo.

Por aquellos entonces yo era muy activa en un foro de maternidad y me recomendaron un libro que me ayudaría a ver las cosas de otra forma. El libro tenía en la portada a una mujer india embarazada con un niño en brazos y se titulaba «El Concepto del Continuum: En busca del bienestar perdido» de Jean Liedloff.

Este libro no es la típica guía, es una descripción de las impresiones que una joven recogió en su encuentro con los indios Yekuana. El libro reproduce cómo estos indios salvajes crían y educan a sus hijos. Por supuesto, el libro también merece algunas críticas pero sin embargo, fue clave para mí, porque me trajo una revelación importante, que me gustaría trasmitirte:

Escucha a tu instinto y confía en tu instinto! No importa lo que piensen los demás y cómo lo hagan ellos – TÚ eres la madre de tu hijo, tú lo diste a luz, y solo tú sabes lo que es bueno para él y para ti.

Lo que distingue a los indios de nosotros

Después de leer el libro, pensé en lo que estamos haciendo de manera diferente aquí en occidente y por qué es tan difícil confiar en nuestro propio instinto. Las razones son tan complejas en mi opinión: Nos preocupamos demasiado por las cosas, somos manipuladores, establecemos prioridades equivocadas, tenemos valores equivocados, tendemos al perfeccionamiento, no estamos dispuestos a amarnos a nosotros mismos como padres y a sentirnos satisfechos con nuestros logros (siempre es posible más, ¿no?), no estamos dispuestos a aceptar nuestros errores y queremos hacerlo mejor -mejor que las generaciones que nos precedieron y que las que viven con nosotros-, tal vez incluso mejor que las generaciones que vendrán después de nosotros. Además, hay docenas de libros, revistas de maternidad, folletos y otras publicaciones que lo recomiendan todo, pero no permiten equivocarse.

Todo esto se convierte en la mezcla explosiva de mi inseguridad descrita antes y la necesidad de hacer siempre lo mejor posible. Es posible que a menudo escuchemos a nuestro instinto, pero lo apartamos y pensamos en silencio: «No, no puedo meter al niño en la cama conmigo, luego no habrá quien lo saque», o «No puedo cogerle en brazos siempre que llore o se acostumbrará». Hemos aprendido a ignorar nuestros propios sentimientos y a hacer caso a los «expertos».

Recuerda: «No importa lo que digan, cógelo y abrázalo todo el tiempo que quieras».

La solución: ¡deshazte de los opinólogos y encuentra a la india que hay en ti!

Después de leer el libro me sentí literalmente inspirada y liberada. Eso suena raro ahora, pero quien me conoce desde cuando mi hijo mayor era un bebé sabe que di un giro de 180 grados en seguridad y mi nueva visión de la maternidad se hizo notar cuando nació el segundo.

A día de hoy, este libro todavía me ayuda a buscar la india que hay en mí y a preguntarme qué es lo que probablemente haría. La india no leería a un experto porque no sabe leer. Ella escucharía sus sentimientos y confiaría en lo que su familia le hizo en ese momento y posiblemente buscaría el consejo de su madre y su abuela. Ella trataría a su hijo con respeto y no se preocuparía por como ha de ser el colchón de la cuna y los certificados que han de tener los tejidos. Para ella estaría claro que el bebé debe dormir con ella, cerca de ella, para calentarse mutuamente y protegerlo. Sabe que tiene un bebé y que lo amamantará cuando tenga hambre porque no tiene un reloj que le diga que ya pasaron 3 horas. No conoce a ningún proveedor de biberones ni a una docena de marcas de pañales. La india daría por sentado que aceptaría ayuda y apoyo de otras mujeres indias y las devolvería como corresponde. ¿De qué otra manera debería manejar la vida diaria con sus hijos de una manera significativa? Para ella, no se trata de darle a su hijo las competencias necesarias y de confiar en él para que se enfrente a los problemas relacionados con la edad. La india no tiene miedo de darle un cuchillo al niño para que la ayude a preparar las comidas. Para la india, todos los niños y niñas son miembros de pleno derecho de la tribu, ¿de qué otra manera deberían encontrar su lugar en la comunidad? Cuando la india no está segura, no ve ningún programa de televisión -ni siquiera tiene tele-  escucha en su interior, mira a su hijo y pide consejo a su madre o a los miembros de la tribu si es necesario. Y por último, pero no por ello menos importante, la india no tiene que preocuparse de si su hijo podría convertirse en un tirano, un mocoso malcriado o un niño sin límites. Estos términos no existen y no tienen sentido porque cada niño es aceptado exactamente como nació y encontrará su lugar en la comunidad.

Por si algunas madres se asustan y piensan que esta actitud y forma de pensar es irresponsable y uno no debería tomar a la ligera los consejos médicos o los expertos: Por supuesto que hay momentos en la vida en los que, por ejemplo, un diagnóstico vale su peso en oro y no podemos decir «No, estoy escuchando a mi instinto», pero en muchos momentos nos ayudaría dejar a un lado todos estos consejos, a no ponerlos en la balanza de oro y, al menos, a dar una oportunidad a nuestro instinto.

Hoy la mujer india en mí baila su danza tribal

Por supuesto escucharé las opiniones y consejos sobre MIS hijos, pero no tengo porqué aceptarlos. Me siento bien y es más fácil para mí ser tolerante con otras madres. En muchas situaciones me pregunto conscientemente: ¿Quién sufre las consecuencias? No las sufre el pediatra, ni tampoco las sufre el profesor o el que escribió el artículo de la revista de la sala de espera. Nosotros, los padres y nuestros hijos, sufrimos las consecuencias. Por lo que es totalmente legítimo que podamos decidir sin tener que justificarnos ante la vecina del quinto. Y si la Sra. del quinto piensa que mi opinión es errónea, no puedo cambiarla, pero tampoco tengo que mantener una estrecha relación con ella ni dejarle a mis hijos.

Y sí, meto a mis hijos en mi cama. Sí, mis hijos pueden tener rabietas porqué a veces yo misma las tengo. Sí, les permito ayudar a formar la vida familiar y tomar decisiones incluso con 3 años (decisiones apropiadas para la edad). Sí, prefiero hablar con mis hijos en el mismo nivel y me encargo de mostrarles que ciertos comportamientos no son deseables en nuestra comunidad. Sí, dejo que mis hijos trabajen con cuchillos. Sí, confío en que mis hijos tengan un interés innato en su entorno y que yo sólo tenga que reconocerlo. Sí, me gusta que me consideren blanda o demasiado relajada porque me siento bien y es lo correcto para mí.  Y sí, todos los demás pueden hacerlo de manera diferente y sigue estando bien porque no hay ni correcto ni incorrecto!

Besos,